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CIELO E INFIERNO

CIELO E INFIERNO Es de conocimiento general que muchas personas no logran controlar ciertas emociones intensas. Es fácil reaccionar de manera desproporcionada. Un incidente relativamente sin importancia puede provocar un fuerte descontrol emocional. La ira puede llegar y perdurar por algún acontecimiento que objetivamente no es tan fundamental. Mucha gente se arrepiente posteriormente de haberse comportado agresiva, pero el mal ya está hecho.

Determinantes decisiones son tomadas a veces llevados por la emoción, comprometiendo a una persona su propio futuro: trabajo, estudios, pareja, etc.

Quien no logra dominar sus emociones vive un verdadero infierno. Tengo una amiga que es "víctima" frecuente de la envidia de una mujer, familiar cercano. Sin embargo, quien más sufre es quien tiene la envidia. El rencor, el resentimiento, la envidia y otros sentimientos similares, destruyen a quien las posee, enfermándole y acortándole la vida. O, en el mejor de los casos, deteriorando mucho su calidad de vida. No hay que molestarse con una persona así, hay que tenerle compasión.

Una manera de comenzar a tener un dominio, es ser capaz de observar con imparcialidad y objetividad los sentimientos que se tienen. Hay que intentar "desdoblarse". Una parte del ser contempla las emociones y comportamientos del otro. Cuando seas capaz de decir: "eso que tengo se llama ira, eso otro se llama envidia", entonces estarás comenzando a serenarte y controlar tus emociones desmedidas.

Daniel Goleman cita la siguiente historia.

Según cuenta un antiguo relato japonés, un belicoso samurai desafió en una ocasión a un maestro zen a que explicara el concepto de cielo e infierno. Pero el monje respondió con desdén: "No eres más que un patán. ¡No puedo perder el tiempo con individuos como tú!"

Herido en lo más profundo de su ser, el samurai se dejó llevar por la ira, desenvainó su espada y gritó: "Podría matarte por tu impertinencia".

"Eso", repuso el monje con calma, "es el infierno".

Desconcertado al percibir la verdad en lo que el maestro señalaba con respecto a la furia que lo dominaba, el samurai se serenó, envainó la espada y se inclinó, agradeciendo al monje la lección.

"Y eso", añadió el monje, "es el cielo".

S.V.

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